El Hospital Ramón y Cajal, un centro de día y la crítica de san Agustín

Hospital Ramón y Cajal (Madrid). Licencia de Wikimedia Commons

Nunca te he hablado hasta ahora, Lotrives, de mi prima Nadia. El pasado martes, tras dejar a su hijo, Martín, un gran discapacitado, en un centro de día del barrio madrileño de San Blas, perdió repentina y completamente la vista en el ojo derecho. Estas son mis impresiones. 

Estimado Lotrives:

Pongo por escrito mi relato, como me has pedido. A Nadia la abandonó su marido hace muchos años, al poco de que diagnosticaran el autismo de Martín. Cuando se trata de ayuda real, solo me tiene a mí. El pasado martes, en cuanto perdió la visión, muy asustada y angustiada, Nadia me llamó y enseguida la llevé al Hospital Ramón y Cajal (Madrid). 

Digo enseguida por decir algo. El acceso al Ramón y Cajal es complicado donde los haya. Ese día, pero me parece que muchos días, los taponamientos en las intersecciones para acceder a la entrada principal y a Urgencias eran enormes. Los aparcamientos estaban colapsados. En Madrid, hay que respirar hondo y reforzar la voluntad para exclamar resignadamente: «Vamos al Ramón y Cajal».

Al final, llegamos, Nadia y yo. Lotrives: ¿conoces la recepción de Urgencias del Ramón y Cajal? Es enana. Los enfermos se apelotonan. Es oscura. En invierno hace demasiado calor porque la calefacción está muy alta y en verano si no llevas doble capa sufrirás con el aire acondicionado. Los aseos son estrechos y dejan mucho que desear por lo que a limpieza se refiere. 

Esperas. Esperas. Te desesperas. 

Al fin llaman a Nadia por el altavoz. No la puedo acompañar porque no lo permiten a no ser que el paciente tenga más de 75 años. Transcurren dos horas en las que no habría sabido de ella si no hubiera sido por el WhatsApp. Le llega el turno de atención médica real, siempre demasiado tarde. Ya en la tercera hora de Urgencias, me escribe:

—(Nadia) Una médico residente de segundo año menuda y simpática me ha hecho una ecografía. Tengo una fuerte hemorragia en el vítreo. Tienen que operarme urgentemente porque de lo contrario el peligro de desprendimiento de retina es alto y podría perder definitivamente la visión por ese ojo. 

—(Pablo Bilz) ¿Cuándo te operan? 

—(Nadia) La médico residente que me ha tocado, aún no quemada por su juventud, un ángel de la guarda, se está empeñando en convencer a su jefe para que encuentre un hueco y me intervengan mañana, pero no es seguro. 

—(Pablo Bilz) ¿Qué hacemos con Martín? 

—(Nadia) No sé. Es mi verdadera preocupación. En el Centro de Día no se harán cargo de él. Ni siquiera están preparados para llevarlo a mi piso con garantías.

—(Pablo Bilz) No te preocupes. Yo lo recogeré y dormirá en mi casa. 

El miércoles operan de vitrectomía a Nadia. Aguardo en una incómoda, repleta y destartalada sala de espera del Ramón y Cajal, pero para llegar a ella me enfrento a un laberinto de ascensores siempre hasta los topes. No hay luz natural. La sensación de claustrofobia y de falta de alegría es tan aguda que oprime. Saltan avisos sin parar en las pantallas. Se ve a gente mayor desvalida acompañando a gente mayor desvalida y con problemas de vista, es decir, doblemente desvalida. Me acuerdo del ciego Bartimeo. «¡Señor, que vea!» (Mc 10:52). 

La vitrectomía sale bien. La médico residente de segundo año, ángel de la guarda, es digna de matrícula de honor y mención honorífica. Su jefe, el que opera de vitrectomía, también, por haber ampliado su agenda y no haber dilatado el padecimiento de Nadia. 

Me dirás, Lotrives, que de qué me quejo entonces. Y sí, me quejo. Me rebelo porque leo a san Agustín y traslado su pensamiento del plano personal al plano social:

«Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde encontraste agrado, allí te paraste. Cuando digas: “Es suficiente”, entonces pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, está parado». 

—(Pablo Bilz) Quiero centros de día que den respuesta a casos como el de Nadia y Martín. Quiero un Ramón y Cajal luminoso, con accesos impecables, con salas de espera radiantes, con Urgencias amplias y cómodas, y si para ello hay que construir un nuevo Ramón y Cajal, que se construya. 

—(Lotrives) ¿Sabes lo que pides? ¿Lo que costaría? 

—(Pablo Bilz) Sí, lo sé. Lotrives: nos engañan. Se despilfarra. Se gastan mal los impuestos de los españoles. Pásate por la Clínica de la Universidad de Navarra en Madrid, privada, y me entenderás.

Un saludo cordial de tu amigo, Pablo Bilz.

Notas a pie de página:

—Relato verídico con circunstancias ligeramente modificadas. Nombres personales, ficticios. Nombre geográficos, reales. 

—Cita de San Agustín tomada de: Agustín de Hipona. (1983). [354-430]. Sermones (3.º) (117-183). Evangelio de San Juan, Hechos de los Apóstoles y Cartas. En Obras completas de San Agustín. Tomo XXIII. Traducción de Amador del Fuego y Pío de Luis. Notas de Pío de Luis. Madrid: BAC. Sermón 169, 18, p. 668.

—Foto: Hospital Ramón y Cajal (Madrid). Licencia de Wikimedia Commons. Se puede consultar aquí.

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